[Un textículo mío colgado en Facebook el pasado 12 de mayo:]
Contestando a un comentario muy estimulante de Karina
Morales, van estas palabras:
Cierto, hasta la duda es una posición en sí misma. Nadie
puede dejar de tener una posición, conscientemente o no, asumida o no.
La noción de verdad es un proceso, no un dato fijo. Se va
construyendo de manera dialógica, en el intercambio sucesivo según las
circunstancias en el tiempo.
El escepticismo es una de las herramientas más útiles en ese
proceso.
Y dado que la verdad no es algo fijo, hay muchas verdades
válidas.
Sin embargo, no pienso que sea correcto el relativismo
radical, porque también hay muchas pseudoverdades y sandeces en número
infinito.
Sí pienso que existen los datos duros y verificables,
completamente innegables. Quienes creen en la levitación, la astrología y la
reencarnación no han demostrado que sus creencias se correspondan de manera
innegable con los datos de la realidad, y por lo tanto caen en la credulidad y
la superstición.
Estas cuestiones empezaron a causarme un especial escozor
entre 2012 y 2013, cuando me relacioné (por fortuna de manera breve) con dos
personas: una de esas personas reporta tener «arrebatos místicos», y supone que
existen «energías cósmicas» que «sentimos» con nuestros «chakras» (¿o nuestros
chancros?, pregunto yo). La otra de esas personas cree que está haciendo «la
Revolución» contra todos los «lacayos del imperialismo yanqui y del capitalismo
burgués». Ambas personas coinciden en una postura esencial: tienen una fe ciega
y absoluta.
Una consecuencia de creer a ese grado es que esas personas
terminan por ser proselitistas permanentes. Dado que sienten que poseen La
Verdad, se creen obligados a convencernos de su Buena Nueva. Son predicadores,
misioneros, evangelistas, cruzados. Y ¡ay de ti si no les crees! Te excomulgan
porque no entras en su narrativa maniquea de redención-condenación.
Recientemente he visto una actitud quizá peor: la de quienes
afirman que «están más allá de negaciones y afirmaciones», que ya son «Uno (o
Una) con el Todo» en una Perfecta Budeidad, y que se sienten por encima de
quienes dudan. Actuar como si sólo existieran la paz, la concordia, el amor y
la compasión es una actitud ciega que oculta el lado patológico que tenemos
todos, hasta los más santurrones. Es un «buenaondismo» hipócrita y escapista.
O aun más: hay quienes ni siquiera expresan abiertamente sus
dudas porque piensan que intercambiar opiniones en un debate público es un acto
sin diplomacia, y no quieren que sus relaciones públicas se vean afectadas por
una reputación de «peleoneros».
Pienso que ninguno de ellos acierta, unos por ceguera y
otros por conveniencia política.
Sí pienso que es imposible no tener cierto número de
convicciones, así sean pocas y reducidas en su alcance.
Pero, así como deploro el fanatismo de quienes tienen una
idea única, también creo que es tranquilizante no caer en el otro extremo: el
de aquéllos que apenas tenemos ninguna fe. Y en eso opino que dio en el clavo
Diego Madero.
Pienso que el escepticismo es un método de utilidad
esencial, pero es sólo eso: un método, una herramienta, no una solución.
Abrazar ese método como la respuesta definitiva me ha sumido a veces en
momentos de desesperanza harto gachos.
¿Es un oxímoron la noción de una fe relativa?
No sigo porque no sabría seguir.
Sólo apunto que lo único que me ha hecho sentir que hay un
orden superior (así sea por unos instantes) es la emoción que me ha dado cierta
música, cierta pintura, y contemplar el cuerpo de varias personas. Más no sé.
Como dice
T.S. Eliot: «For us, there is only the trying. The rest is not our business.»