viernes, 4 de septiembre de 2020

Vanidad de vanidades

He notado cada vez más que contactos y ‘contactas’ mías en las redes sociales sienten la obligación de compartir contenidos compasivos, serios, profundos, y que provienen de un agudo sentimiento de justicia, de indignación moral, de responsabilidad, de conciencia social y de voluntad de ayudar para solucionar los problemas más graves del país, o al menos los que existen entre nuestras personas próximas. No pocas veces eso está asociado a una idea utópica de acción colectiva. 


En el fondo, menosprecio la esperanza de que la utopía sea viable. Un ejemplo de ello es mi aversión a la canción “Imagine” de John Lennon. Me parece que, además de tener música aburrida, tiene una letra especialmente boba, puesto que, a pesar de sus buenos deseos —encomiables  de suyo—, los expresa desde un total autoengaño, con un optimismo desbordado cuyos pies no están puestos sobre la tierra: esa letra no sólo es síntoma de pura ignorancia, sino sobre todo es un dislate buenista, un delirio de candidez. (Por otro lado, el activismo que sí sigue una estrategia clara, la acción directa y la organización abiertamente revolucionaria —a pesar de sus logros reales e importantes— me parecen violentos en exceso para mi carácter personal, por lo cual también los rehuyo. Además los temo.) 


Por mi parte, casi siempre, o quizá absolutamente siempre, he albergado la radical convicción de que el mundo no va a cambiar nunca. Soy profundamente pesimista. Ese hecho me decepciona, pero tampoco distingo hechos ni conozco argumentos que muestren que el mundo es transformable de raíz. Como respuesta a mi desilusión he adoptado una postura cínica. A pesar de la jocosidad que adopto en la superficie, mi actitud es melancólica en el fondo. Con todo, no me parece una conducta ilegítima. 


He de confesar que no me mueven los ideales éticos ni políticos. Mi motor siempre ha sido la estética, **separada de las otras esferas de la experiencia**. Sospecho que en mí eso ya es permanente (e ignoro si eso sea bueno o malo). De ahí mi admiración a personas como Oscar Wilde, por ejemplo, y mi indiferencia —en el mejor de los casos— hacia gente como el Che Guevara y en general hacia los revolucionarios, los predicadores y los augures de un imposible “Hombre Nuevo”. El entusiasmo por una supuesta refundación total de la humanidad me parece ridículo por iluso. 


Antes bien, admiro a las personas contemplativas que dan fe de cómo son las cosas reales: sobre todo, gente que escribe, pinta y hace música. Creo que esas prácticas —además de otras actividades estéticas, a las que sumo las cognoscitivas— están entre las pocas que no nos deparan un desencanto seguro. Ignoro qué otras praxis nos den tanta felicidad sin albergar, al mismo tiempo, la posibilidad amarga de un desengaño. Y es que a mí una posible decepción me infunde un terror pánico.  


En fin: mis provocaciones cínicas, descaradas e irónicas, mis sonrisas torcidas, mi bufonería sarcástica y ácida tampoco plantean nada constructivo, sino que acaban siendo apenas poco más que un mero regodeo en la desgracia. Mi actitud se reduce a compartir memes sonsos, burlarme, emitir frases ingeniosas, ‘boutades’, ‘bon mots’ y ‘witty remarks’ y a seguir un juego justificado solamente por el juego mismo. No hay salida a los problemas de la vida, y pareciera que gozo ese hecho y su reconocimiento nihilista. En verdad no lo disfruto; pero, por otro lado, tampoco distingo ningún horizonte de liberación real respecto de nada. 


Probablemente la ataraxia, el estoicismo y la mera contemplación sean una solución en mi vida. (Pero no desde el budismo ni el orientalismo en general.) Para mí, lo importante es “irla llevando” o, como dicen en España, “ir tirando”, intentar sobrevivir y evitar el sufrimiento tanto como sea posible hasta que mi cuerpo aguante.  


Ni modo, así es mi carácter y no he podido cambiarlo, a pesar de haberlo intentado un millón de veces en mi vida. El heroísmo, o el intento de heroísmo, no se me ha dado nunca. Quizá a lo que más debo aspirar es a no hacer daño ni estorbar a los que hacen el bien. Lo que sí debo eliminar es la culpa por ser como soy, y he de entregarme a mi naturaleza para trabajar desde ahí. Y dirigirme hacia... ¿dónde?


4-IX-2020, corregido el 8-IX-2020.