sábado, 13 de marzo de 2010

Alizée o la perfección de la frivolidad


Ante todo, lo que sigue no es de ningún modo una disculpa, porque de culpa no encuentro nada. Es por encima de cualquier otra cosa una explicación que me debo a mí mismo, y quizá a gente que quiero y que a veces no logra entender mis pretendidos desfiguros. Porque nada de malo tiene ser fan de Alizée.


¿Cómo deshilvanar la calidad estética (o la falta de ella) respecto de la frivolidad de la imagen? ¿Cómo se da esa fascinación por los ídolos prefabricados del mundo mediático? ¿Hay algo disfrutable en tal mundo? Hoy pienso que entre tantos estímulos audiovisuales, es imposible no verse enredado en un laberinto: desde la TV hasta la radio, la Internet y la prensa escrita, nos bombardean con mensajes insistentes, obsesivos. No hay que engañarse: la mayor parte de esos mensajes, hasta los que parecen más serios, son basura. Pero... la cosa no es tan fácil como parece.


Si rechazamos todos esos mensajes estaremos dándole la espalda al mundo actual. Y eso no sería nada malo si nos asumiéramos plenamente como eremitas, renunciantes o monjes zen, por ejemplo. Aunque, en verdad, nadie que esté leyendo esto en mi blog se llamará a tales extremos, por lo demás muy respetables.


¿Alguien duda que hasta en la más superficial canción pueda haber al menos una pizca de encanto? Gente hoy celebrada por muchísimos fue tenida en muy poco, afuera de la farándula de su época: desde Gloria Gaynor, José José, Barry White o casi cualquiera de las bandas sonoras de las películas de Tarantino, por poner unos ejemplos. Es cierto: no son genios. Es verdad: no cambiaron la faz de la música del siglo XX. De hecho, ninguno de los anteriores me gusta. Su música es predecible y muchas veces fue confeccionada por gordos y ambiciosos empresarios de la industria del disco. Pero los persignados puristas de la cultura, que sólo aceptarían a Arnold Schoenberg o a John Cage, jamás sabrán qué significa tararear el regocijante coro de una rolita de los Archies, de las Ronettes, de Flans o de los Monkees. Nomás te pone contento y ya. Es de usar y tirar, no aspira a más. Estos artistas no se creen Wagner. Lejos de ellos el afán de trascendencia estética más allá de lo que dura un verano.


Y así llegamos a Alizée Jacotey (nacida en Córcega, isla de Francia, en 1984). Descubierta a sus casi 15 años por la ex cantante pop francesa Mylène Farmer, quien se vuelve su manejadora, sale de un reality show galo para grabar una canción que se vuelve el éxito del verano francés del 2000: “Moi... Lolita”. Canción con letra prefabricada para ajustarse a la adolescencia de una chica –digamos– vistosa a quien entrenan para bailar, entonar un poco su voz y encabezar espectáculos en escena. La fórmula pega en el público. El siguiente paso: grabar un álbum, rodar el video correspondiente (y luego algunos más), lanzar el producto, promover la imagen. Portadas de revistas, una campaña publicitaria en Japón, versiones en inglés... Hasta ahora, nada nuevo: lo hemos visto muchas veces.


¿De dónde, pues, tanta fascinación? En parte ésta viene de la misma belleza de Alizée, asunto que discutiré más abajo. Pero ahora me ocupa esta inmersión en la ola mediática. ¿No son Britney Spears, Ricky Martin, Shakira o Luis Miguel otros ídolos de escasa o nula trascendencia artística? Pues sí, pero repito que no importan su calidad musical o poética para pensar que son dignos de alguna consideración. Su importancia es otra, es antropológica: son ídolos que aglutinan fantasías masivas, que encarnan las aspiraciones del gran público y lo redimen «en cabeza ajena», diríamos. Sólo les pedimos que nos entretengan bien. Claro que, como cualquier marxista se apresuraría a destacar, mucho de esto no es más que una experiencia vicaria, dispuesta a desarticular cualquier intento real y concreto de rebelión o actitud contestataria, y destinado a marearnos con sueños de humo y cuentos de hadas de plástico. Pero apuesto que esos marxistas tararean a escondidas a Lucerito o a RBD. Una cosa no quita la otra: ¿por qué no imaginar que, mientras criticas las pseudonoticias tendenciosas de Televisa, puedas disfrutar una rola de Madonna? Total, en la onda posmoderna los lenguajes se cruzan, los estatus culturales se mezclan y todo es híbrido. Puedes disfrutar a Ingmar Bergman tanto como las películas del Santo (éste a mí nunca me ha atraído, lo cual obviamente no le resta ninguna legitimidad). Hasta intelectuales del prestigio de Juan Villoro, por ejemplo, pueden disfrutar un espectáculo masivo, por demás prisionero de mafias mediáticas, y nada intelectual, como el futbol (el cual tampoco me gusta nada, por cierto). Y eso no los vuelve menos inteligentes ni sensibles. Y más si lo que disfrutas es la imagen de una belleza impar: la de Alizée.

Llego a mi evidencia principal: es un hecho que Alizée está como hecha a mano. Y es una evidencia y no un argumento porque esto no se defiende o rechaza con razones, simplemente se siente, es espontáneo. Y tal cosa bastaría para justificar que una noche salga de mi casa al Auditorio Nacional para ver a la francesa en cuestión. Pero aun así no es lo único que hay que decir. El fenómeno que representa Alizée guarda más dentro de sí:


-Es una belleza muy juvenil, casi adolescente aún hoy a pesar de sus cerca de 26 años. Tiene lozanía y frescura.


-Está alejada de la imagen hipersexual obvia de una Jennifer Lopez o de una Madonna en muchas de sus épocas, por ejemplo. Sus sellos han sido sobre todo la inocencia y la candidez. Y por muy prefabricadas que éstas puedan ser o no, cuajan bien el mensaje, y además logran crear una peculiar tensión sexual que jamás cae en lo explícito.


-Viene de una cultura suficientemente exótica hoy para nosotros, la francesa, sin que nos sea totalmente ajena: a fin de cuentas la nuestra también es lengua romance. Alizée no canta principalmente en el consabido inglés que ya aburre.


-No posee ninguna afectación ni exageración. Podría ser la chica de la casa de al lado, o la que va de compras al súper. Olvidemos en ella los maquillajes pesados, los vestuarios ostentosos, las poses de falsa vamp.


-No es la güera desabrida tipo Britney Spears o Christina Aguilera. El pelo oscuro la acerca al modelo de belleza de los países de cultura latina.


-Sin embargo, la distinción y la elegancia que se asocian con las bellezas europeas del tipo de Juliette Greco o Jane Birkin (cada quien a su modo) es heredada óptimamente por Alizée. No sólo es posible imaginarla en el súper, sino también en Versalles.


Todo lo anterior la convierte en una imagen perfecta de mi personal arquetipo visual de lo femenino. Recordemos que un arquetipo es un modelo abstracto, general, y que como tal es algo a lo que la realidad aspira, pero que en sí no es real. Y así es Alizée: para casi todo el mundo (para casi todos nosotros) es una imagen en Internet, en la tele, en una revista, en un cartel. No importa que tenga poco o mucho talento para cantar. (¡Ah, pero cómo baila!) No importa que las letras de sus canciones sean sosas o vacías. No importa que la música que le componen sea predecible. Nunca vamos a conocerla en persona. No platicaremos con ella, ni sabremos si es lista o tonta. (Al respecto de esto último ya me imagino la opinión de algunas amigas mías...) Es inalcanzable como cualquier imagen que nace y se acaba entre otros millones de imágenes de los mass-media. Por eso es perfecta, porque es una creación de esta «mediósfera» que a veces sabe interpretar los sueños de algunos hombres. Y así como el pintor Alberto Gironella homenajeaba a Madonna, yo, en mi muy humilde nivel, me he permitido hacer aquí el elogio de esta imagen de perfección, irreal e ilusoria como todas las perfecciones: Alizée.
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