martes, 11 de mayo de 2010

MÁS APUNTES DE LA CLASE DE TANIEL MORALES

Seguramente el arte no ha sido una práctica homogénea en ninguna época; pero hoy en día es especialmente variado y contradictorio. Hoy pueden distinguirse:

TRES MODOS ACTUALES DEL ARTE
1. EL ARTE MODERNO COMO FORMA
2. EL ARTE CONTEMPORÁNEO COMO CIENCIA DE LA REALIDAD
3. EL ARTE CONTEMPORÁNEO COMO «CLUB DE TOBI»

A continuación se explican estas tres vertientes.


Picasso por Gjon Mili. Vallauris, 1949

EL ARTE MODERNO COMO FORMA
Nuestro actual concepto de «arte» nació en la época moderna, y es válido para las producciones estéticas que dominaron Occidente desde el Renacimiento [y especialmente a partir del Romanticismo] hasta mediados del siglo XX.

Es falso que el arte, en ese sentido, haya existido siempre. Las pinturas rupestres de Altamira, las esculturas de dioses del Egipto antiguo o la Coatlicue son obras estéticas muy poderosas, pero su «uso» (o sea la relación que sus coetáneos mantuvieron con ellas) no se parece en nada a la contemplación kantiana que intentamos sostener frente a un óleo en un museo. [Valga apuntar que estas ideas se remiten a los escritos de Hans Belting —a quien no he leído—, y que en Latinoamérica las difundió ampliamente Juan Acha —a quien sí—.]

La pintura ha existido siempre, pero no por eso es siempre arte. No toda la pintura, ni pasada ni actual, es necesariamente arte por el hecho de ser pintura. (Y no tiene que ser arte para ser buena; muchas obras consideradas «no artísticas» importan más en nuestras vidas que el llamado «arte».)

El arte de la época moderna (el «arte-arte») basó su valoración en la forma estética y en la excelencia técnica. El dominio manual de los materiales era un parámetro de perfección; el mejor artista era quien mejor representara los cuerpos y espacios visibles con un poco de aceite y pigmentos sobre tela o madera. La belleza o sublimidad de las representaciones era, asimismo, crucial; y no mucho después se introdujeron otras categorías como el pintoresquismo o la fealdad. Todo giraba, pues, fundamentalmente en torno a la estética: la apreciación con base en una sensibilidad más o menos espontánea.

Sin embargo, la idea moderna de arte no está exenta de contradicciones. Una de ellas es social: el arte moderno divide a su público de acuerdo con los códigos impuestos. Los entendidos se oponen entonces al vulgo ignorante. Y el experto máximo era el artista supuestamente genial, ahora legitimado. Los códigos ya están socialmente formados, y se nos ofrecen en una especie de menú: «o eres un exquisito o eres del populacho». Se trata del Arte (con mayúscula) como signo de estatus.

Esta situación es fomentada por la noción de progreso, característica de la modernidad. Para el pensamiento moderno, la innovación es un valor en sí mismo. Y la mejor expresión de ese valor se da en la ciencia. Sin duda, el (meta)discurso cientificista acabó dominando las otras actividades humanas. Así, se niega del pensamiento holístico y totalizador anterior a la modernizad: esto es el logocentrismo.

La educación se volvió racionalista y reduccionista. En el siglo XVIII los regímenes del despotismo ilustrado establecieron las academias de arte, siguiendo el modelo de las ciencias exactas: el conocimiento debía estar compartimentado y cuantificado. La Bauhaus pasó por ese modo de pensamiento, como pasan las actuales escuelas de diseño. Y aun hoy —en México— son instituciones como el Ceneval, el Conacyt, la ANUIES, la UNAM y la SEP las que determinan, con criterios cientificistas, cómo evaluar y certificar la educación, incluida la artística.

Un momento de especial frenesí en el arte de la modernidad se dio en la primera mitad del siglo XX con las llamadas vanguardias. Es verdad que ellas nunca fueron monolíticas, sino extraordinariamente plurales y variopintas. En muchos sentidos dinamitaron la idea decimonónica de modernidad. Pero en otros, fueron totalmente modernas.

La idea de vanguardia implica ya la existencia de un grupo de elite. Ese grupo sería la guía de los «atrasados», de los «desfavorecidos». En las vanguardias las revoluciones delegan sus avances; por ejemplo, las grandes masas del proletariado fueron guiadas por una minoría ilustrada. Ésa es la tragedia de las vanguardias: seguir siendo una elite.

Y aun más: las vanguardias nunca ponen en duda el humanismo de la filosofía clásica, el cual postula al individuo por encima de todo. Ese antropocentrismo se irá desvirtuando conforme la modernidad llegue a su ocaso —como dicen que llegó—.

En una nota posterior asentaré los apuntes sobre arte contemporáneo.






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