martes, 8 de junio de 2010

El tío Celerino (o por qué algunos artistas no hacen obras de arte)

[Por ningún lado hallé el crédito de esta foto. Perdón a su autor.]


Hay pintores que no pintan y escritores que no escriben. ¿Qué arrincona a un creador para que deje de crear? ¿Cómo explicar la sequía artística o intelectual de alguien que sí había sido capaz de producir obras, quizá incluso en abundancia? Éste es el tema de Bartleby y compañía, un libro del escritor español Enrique Vila-Matas, quien dice:

«… hace tiempo que estudio la enfermedad, el mal endémico de las letras contemporáneas, la pulsión negativa o la atracción por la nada que hace que ciertos creadores, aun teniendo una conciencia literaria muy exigente (o quizá precisamente por eso), no lleguen a escribir nunca; o bien escriban uno o dos libros y luego renuncien a la escritura; o bien, tras poner en marcha sin problemas una obra en progreso, queden, un día, literalmente paralizados para siempre.» Vila-Matas se refiere a «esa gente paralizada ante las dimensiones absolutas que conlleva toda creación». (Todas las citas que en lo sucesivo yo no atribuya a ninguna fuente provienen de Bartleby y compañía.)

Ejemplos hay en abundancia, junto con explicaciones seguras o posibles. La mayoría de los que siguen los extraje del libro de Vila-Matas:

● Arthur Rimbaud «tras publicar su segundo libro, a los diecinueve años, lo abandonó todo y se dedicó a la aventura, hasta su muerte, dos décadas después.»

● Juan Rulfo, cuando le preguntaban por qué ya no escribía, daba a veces esta respuesta: «Es que se me murió el tío Celerino, que era el que me contaba las historias.»

● Marcel Duchamp respondió al artista Naum Gabo, que le había inquirido por la razón de su renuncia a pintar: «¿Qué quiere?, ya no tengo ideas.» Duchamp decidió no repetirse en el arte y se dedicó a jugar ajedrez semiprofesionalmente. (Nunca se separó completamente del arte, pero sólo haría una obra más de gran aliento. Las demás obras que hizo fueron marginales, ocasionales y de circunstancias.)

● Isaac Newton podía ser tan paranoico que quería evitar a toda costa que le plagiasen las ideas. La mejor solución que halló fue no publicar todos sus descubrimientos, al menos por varios años.

● J. D. Salinger dejó de publicar desde 1963 hasta su muerte, 47 años después.

● Sobre Wittgenstein dice Vila-Matas: «el suyo es un compendio de textos inconclusos, de bocetos y de planes de libros que nunca publicó.»

● Acerca de la escritora española Carmen Laforet (1921-2004), escribe su colega y compatriota Rosa Montero: «La mayor tragedia de esta vida trágica es, sin lugar a dudas, la creciente incapacidad de la pobre Laforet para escribir y el sufrimiento que eso le provocaba. [...] yo pienso [...] que Laforet, consciente de su enorme talento, poseía una ambición soberbia y colosal, y que lo malo fue que carecía de la suficiente fuerza psíquica con la que sostenerla. [...] Esa ambición desaforada fue como un faro a la inversa, una luz cegadora que la condujo a las rocas del naufragio. Cuánto anhelo de gloria y cuánto miedo.» («El miedo y la gloria», en Babelia, suplemento del diario madrileño El País, 29 de mayo de 2010.)

● El poeta Pedro Garfias pasaba sin escribir un tiempo interminable. Decía estar buscando un adjetivo.

● Al querer explicar el silencio del poeta Enrique Banchs, Jorge Luis Borges aventuró una hipótesis: «Tal vez su propia destreza le hace desdeñar la literatura como un juego demasiado fácil.» (Banchs acabó acumulando 57 años de no escribir.)

● Felisberto Hernández sí escribía, pero dejaba inconclusos sus cuentos, «como indicando que en esta vida falta algo».

● Leonardo da Vinci dejó un enorme porcentaje de obras sin acabar, por su tendencia a dispersarse en múltiples intereses.

● Por una vez hubo un caso feliz: Rossini se retiró de la música para vivir como un sibarita.

Este mal del No lo han padecido también personajes de la ficción, sin duda reflejos de los miedos de sus autores:

«En La obra de arte desconocida, Balzac nos habla de un pintor que no alcanza a dar forma más que a un trozo de pie de una mujer soñada.»

«Francesco, un personaje de Los elixires del diablo, de Hoffmann, no llega nunca a pintar una Venus que imagina perfecta.»

En su Carta de Lord Chandos, Hofmannstahl hace a su personaje renunciar a escribir «porque dice que ha perdido del todo la facultad de pensar o de hablar coherentemente de cualquier cosa».

«Monsieur Teste, el alter ego de Valéry, no sólo ha renunciado a escribir, sino que ha arrojado su biblioteca por la ventana.»

En el cuento «Leopoldo (sus trabajos)», Augusto Monterroso retrata a un personaje que aspira a ser un gran escritor, pero que siempre pospone concluir sus narraciones.

¿Cómo explicar tantos silencios de tantos creadores? En su libro maravilloso Fearless Creating, el psicólogo estadounidense Eric Maisel sintetiza los muchos años que ha dedicado a examinar los bloqueos de la creatividad. Algunas causas de la parálisis y la frustración son:

Perfeccionismo (anhelos desproporcionados).
Demasiada intelectualización.
Obediencia indiscriminada a las reglas.
Autocensura.
Dispersión.
Confusión.
Crítica negativa.
Derrotismo.
Falta de compromiso.
Depresión.
Y sobre todo y en el fondo: MIEDO.

Ante el miedo, hay que convencerse de algo fundamental: es mejor hacer las cosas mal que no hacer nada.

Ahora bien, siguiendo casi siempre a Enrique Vila-Matas, he mencionado a creadores bastante conocidos, algunos incluso célebres. Pero ¿y si el creador es un desconocido? Afirma Vila-Matas que «el caso de los fracasados, si lo pensamos bien, no tiene mayor interés, es demasiado obvio, no hay ningún mérito en ser un escritor del No porque has fracasado.»

Coincido. Si un creador cae en el silencio, debió ganarse ese derecho.

¿Y si no se lo ha ganado para nada? Pues debería revisar seriamente si en realidad es un creador auténtico. Y saber que no tiene nada de malo dejar de producir obras creativas. Es mejor aceptar cualquier otra vocación que sí sea la verdadera, admitir que no es una obligación ser creadores. Peor sería volverse un pintor que no pinta, y frustrarse por eso: sería darse topes sin sentido contra un muro imaginario.

Total que lo importante es vivir la vida. Pero si no escribes, no te hagas llamar escritor.






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