jueves, 31 de diciembre de 2020

Mi cuarentena

Mientras vivimos el confinamiento, hay incertidumbre por la economía y, desde luego, por tanta enfermedad y muerte. 

Pero más allá de eso, he superado muy bien el confinamiento por sí mismo. Vaya, hasta lo disfruto. 

Tras el desconcierto que provocó la reorganización de mis actividades durante —más o menos— las primeras cinco o seis semanas, mi vida no ha cambiado mucho. 

Me gusta quedarme en mi casa. 

Transitar por la ciudad me agota.

No me gusta la acción de desplazarme para viajar, ni siquiera a otras ciudades o países (cuando me alcanza el dinero). Es verdad que muchas veces disfruto el hecho de estar en un nuevo lugar, pero no siempre, pues lo desconocido conlleva incomodidad y altos gastos en bastantes ocasiones. 

Detesto que invadan mi espacio personal. Los gentíos me desesperan. Las manifestaciones (del signo que sean) me causan repelús. Prácticamente nunca voy al cine porque las filas y los grupos grandes me drenan la energía; en la tele y la videocasetera, y luego en el DVD, la compu y el celular he visto más cómodamente los filmes que me han interesado. Sí voy a ver danza porque en ella la presencia es insustituible, pero la parte que no me gusta de ir es lo que ocurre antes y después de la función: ubicarme en la butaca, entrar y salir del edificio, etc. Ni siquiera me motiva ir a inauguraciones de exposiciones de arte: si pudiera faltar a mis propias inauguraciones, lo haría.  

Muy difícilmente salgo a fiestas y reuniones, y en caso de asistir siempre soy el primero en irme. Nunca voy a bailar. 

Sí extraño ir a algunos museos, pero ni siquiera a tantos. Mi cultura de la imagen se formó gracias a los cómics y la televisión, y luego las revistas y los libros, no tanto gracias a visitar las salas de los museos. He podido prescindir muchísimas veces de las obras originales y centrarme en la imagen reproducida. 

Para mí Internet es genial. En Facebook he trabado algunas de las amistades que más aprecio, y que son mucho más reales y verídicas que algunas que se formaron en persona. 

No me cansan las reuniones en Zoom o Skype (al menos, no a causa de la plataforma); de hecho, me cansa más una junta presencial, porque en ella es imposible apagar la cámara mientras hago garabatos para compensar el posible aburrimiento. Si estoy tomando una clase, curso o taller presencial, es normal tener que aguantar a algún compañero que "más que una pregunta, tenga una observación", la que desde luego se extiende por minutos infinitos y detestables; en las plataformas digitales podemos evadir eso con mayor facilidad, afortunadamente.

Como dice el 'Tao Te King': "Sin moverme de mi casa puedo ver el mundo". O para decirlo de manera más prosaica y fodonga: hay maneras efectivas en que los asociales, flojos y sedentarios nos conectamos con los demás. 

Podría quedarme muchos meses más en una feliz cuarentena.

Quizá nada de lo anterior le importe a nadie.  Y ya, nada más.

[3 de agosto de 2020. El 31 de diciembre sigo igual, por fortuna.]

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