miércoles, 3 de octubre de 2012

Mujer voz

Una ola. Otra ola.
Nuestras huellas en la arena

tan pronto están como no:
sedimentos que nos cubren,
somos fósiles, los restos
de cosas que ya no existen
pero que desde su muerte
(partiendo desde su estado
vacío, transfigurado)
nos bautizan ya completos,
nos renombran, nos destruyen,
nos redimen, nos alumbran,
nos amasan como pan,
nos pulen como obsidiana,
nos vuelven cuchillo blando,
la piedra sacrificial
o esa ara indescifrable
que nutre todos los ciclos:
         la carne que es tierra,
         la sangre que es cielo,
         cadáver nutricio
         que nos llueve encima
         y que somos todos.
Somos piedra erosionada
tan rellena de oquedades
que saturan nuestro tiempo,
el espacio con sus ecos
y sus luces en silencio:
intersticios, la distancia
entre lo que es y es,
lo tan en medio, tan chico,
tan ocultamente estrecho
que se nos escapa ahora
y huye presto desde siempre.

Desde ese sitio visitas mis dudas
y las multiplicas sin quererlo.
Hija mía,
me das a luz y después me matas.
Circe, Aurora austral aural,
Átropos negra goyesca,
mantis arreligiosa,
encantadora de un gato afortunado,
clamor de la que habita el desierto yaqui,
filtro de amor por todo aquello vivible
condensado completo en un aullido,
te oigo y así llego a oírme:
Voz proyectil
Voz ácido
Voz entraña
¿Nadaré tu rojo?
Como tú te has levantado
(sin la pura voluntad
sino sólo escuchándote
sola, sola, sola, sola):
así he de levantarme
y aprender de toda esta
languidez que se rebela
y muerde y dentellea
como bestia herida
en trance de revivir.


Anunciaste esto, sibila:
         Estás dejando tu piel a la mitad
         del camino entre la pubertad
         y tu imberbe y ardua andropausia,
         eres autófago irredento
         (¡no osito cariñosito!)
         y ahora te estás pariendo
         en este yermo montaraz:
         emergiendo de las piedras,
         haciendo lodo con el polvo,
         lactando fuerza con la fuerza
         aunque ahora no tengas fuerza.
         Acéptate para aceptarme.
         Sé digno de Durga, Tlazoltéotl,
         Babá Yaga, Hécabe, Nyx y Baubo.
         Acomódate los güevos.
         Alúmbrate para aluzarme.
Así hablaste.

Me animas
pero luego me silencias.
Silénciame
pero seguiré aquí.
Gritándote
y oyéndote
dentro de mi propia voz.

A veces
sólo me quedan ecos
pero los atesoro.
¿Cómo asir una voz?







[30 sept.-3 oct. 2012]

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