viernes, 26 de octubre de 2012

¿Por qué me llamo Inti?

El asunto de mi nombre es ambivalente. Mi padre estudió algunos semestres de antropología y él y mi madre se conocieron en una organización más o menos dada a las ondas «esotéricas» en los años setenta. O sea, mis padres pertenecen a la generación jipiteca del baby boom, del 68, de Avándaro, de la psicodelia, de la contracultura y del rock clásico así como de las peñas llenas de canciones de protesta. Yo nací en 1976.

Ponerme el nombre que llevo era un manifiesto en contra de los convencionalismos sociales, era una rebeldía contra todos los «Juanes», «Josés», «Pedros» y demás nombres (diz que) demasiado gastados—según mi padre sobre todo. En esa época había tres opciones para los padres «alternativos»:

1) Ponerle al hijo Fidel, Camilo, Ernesto, Vladimir, Carlos (por Marx) o Federico (por Engels); o Tanya, Haydée o Camila si era mujer.

2) Ponerle Demián, Siddhartha, Zarathustra, Lóbsang, Kamala o algo igual de místico-mágico.

3) Ponerle Quetzalcóatl, Tonatiuh, Tlahuizcalpantecuhtli, Zazil, Xóchitl, o bien Pacha Mama… o Inti. La onda indigenista latinoamericana en pleno.

Mucha gente SÍ que ha hecho burla de mi nombre, eso no debe negarse. Creo que muchos apodos los he bloqueado de mi memoria tras 36 años de oírlos. Sobre todo la gente inculta es la más intolerante con las diferencias; y en este país, como creo que en todos, la mayoría es inculta e intolerante, incluso si de buena fe quiere empezar a comprender a los demás. Yo ya me resigné a que más de la mitad de las veces escriban mal mi nombre, o lo reinventen como quieran o malamente puedan, o me pregunten dos o tres veces cómo deletrearlo y aun así lo pongan incorrecto. (Si la gente incluso omite los acentos ortográficos en nombres «normales» como Óscar, Édgar o Érika, ¿qué esperar de su ortografía al escribir nombres exóticos y «raritos»?) Ah, y otra cosa: muchas veces, si no ven a la persona, consideran mi nombre como de género indistinto: puede ser de mujer o de hombre; y aún hoy suelen escribirme correos diciéndome «señorita». De ese modo, cuando —por ejemplo— pido una pizza por teléfono, pues doy otro nombre más «cristiano» (digamos «Pepe») y asunto arreglado.
He estado a punto de imprimir una hojita que responda a las preguntas que SIEMPRE me hacen:

«—¿"Inti" es nombre o apodo?—Es nombre.
»—¿Qué significa?—Es la deidad solar de los incas.
»—¿La qué de los qué?—Olvídalo.
»—¿En qué idioma está?—Ese idioma se llama quechua.
»—¿Y de dónde es ese nombre?—De Perú.
»—¿Y tus papás son de allá? [OJO: ESTA PREGUNTA NUNCA FALLA.]—No, son mexicanos.
»—¿Y por qué te pusieron así?—Pos ya ves… [LO MEJOR ES DAR EVASIVAS BREVES PARA NO ENTRAR EN DISQUISICIONES SOBRE LA IGNORANCIA Y EL ENTROMETIMIENTO AJENOS.]
»—Aaah, qué interesante [CON CARA PERPLEJA].—[SONRISA FORZADA DE MI PARTE Y SÚBITO CAMBIO DE TEMA.]»

Lo anterior es una rutina que memoricé hace ya muchos años, unos 30. Hay que acostumbrarse. Total, no es culpa de la gente ignorar sobre mitología andina.

Recuerdo un capítulo de Los Simpson en el que Homero elige el nombre de Bart en función de que nunca le pongan apodos — vano esfuerzo desde luego, porque, como bien sabemos, NADIE se salva de los apodos. Así que, si ése es el criterio, pues nunca será cumplido. El nombre «Inti» solamente está más expuesto a ello, pero —dicho sea en descargo del nombre en cuestión— no es el único susceptible de ser objeto de chunga, ni quizá el más expuesto.

Pero bueno… Eso depende de con quiénes se relacione uno. No todos son burlones. He conocido a muchísima gente comprensiva, e incluso hasta ilustrada acerca del significado del nombre. La mayoría de los comprensivos conocía al grupo Inti Illimani; pero ya casi nadie menor de 30 o 35 años oye ese grupo. Hasta me ha tocado conocer a quienes les parecía dulce, interesante y eufónico. Si la gente es muy tradicionalista, rechazará ese nombre; si es «alternativa» y abierta, tenderá a aceptarlo. Lo que sí puedo afirmar es que la gente que me quiere nunca se ha burlado. Si aceptan a la persona y la respetan, respetarán su nombre. «Inti» tiene un significado hermoso y vital.

La elección puede ser ésta: ¿Quieres ser diferente y afrontar las consecuencias? Pues conserva ese nombre. (Los detractores de esta opción dirán que el nombre es demasiado peregrino o «mafufo».) ¿O prefieres integrarte totalmente a la sociedad? Entonces ponte Juan o Francisco o algo así. (Los detractores de esta opción dirán que eso es ser aburrido, conformista y aborregado.)

Nadie elige su nombre, al menos el nombre con el que nace. Conozco a muchas personas cuyo nombre les disgusta. Que les guste o no les guste resulta un albur: ¿cómo adivinar qué preferencias tendrá un ser humano que apenas va a nacer? Imposible. Y si no le gusta, pues puede adquirir un seudónimo como hace mucha gente, o —ya con la mayoría de edad— tramitar un cambio oficial ante el Registro Civil. (Ahora bien: uno ni siquiera elige nacer; todos somos «arrojados» a este mundo, lo queramos o no. Nacer, al contrario de morir, es un acto involuntario siempre.)

Así que me pregunto: ¿me gusta mi nombre? Respuesta: NO, no me gusta. Pero también me pregunto: ¿es eso una tragedia que me ha traumado gravemente y que me amarga la vida? Respuesta: TAMPOCO; simplemente es un tanto incómodo a veces con algunas personas, pero entre mis amigos ni siquiera se vuelve un tema importante en absoluto. No es grave ni terrible ni trágico para nada. Y ya casi me acostumbré a las incomodidades del nombre.

También debo agregar que mis dos nombres son «Inti Cristóbal». Si le pones «Inti» a tu hijo, sugiero que el nombre sea doble, por si prefiere elegir entre alguno de los dos. (Por cierto: «Cristóbal» me gusta menos que «Inti», y tampoco me atrae la idea del seudónimo o del cambio nombre: ya me identifiqué con ese «Inti» que me impusieron para bien o para mal.)

Esto opino. Pero quizá opinen otras cosas otros Intis. Aunque no los conozco en persona, sé de un ex diputado izquierdista llamado Inti Muñoz; de Inti Cordera, que está metido en ondas de cine; y de Inti García Santamaría (¡curioso, es casi mi homónimo total!), un poeta. Los tres son mexicanos y están entre los 30 y 40 años, aprox. Parece una cuestión generacional.






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