martes, 3 de agosto de 2010

La realidad irreal

«Since the world drives to a delirious state of things,
we must drive to a delirious point of view.»
JEAN BAUDRILLARD, La transparencia del mal

Si hoy podemos decir que no hay un fundamento de la verdad, tanto en el discurso de la filosofía como en la representación artística de la realidad, una «cosa en sí» objetivamente determinable, entonces la caverna platónica se queda sin sol, se queda sola con sus sombras. Eso es hoy lo real: juego de sombras, de ilusiones, sin referencia externa, sin más referencia que ellas mismas. Si el único fundamento existente es que no hay fundamento, éste existe, pues, en medio de la nada.

Ello sin embargo no debe hacernos prescindir de los antiguos sistemas, tanto de representación artística como de reflexión filosófica. Basta el hecho de saber que no son la esencia misma del conocimiento, o su asidero, para abordarlos de otra manera. Detrás de ellos no hay nada, y ellos enmascaran la nada; pero como no puede hablarse de la nada sino aludiéndola desde algo, hablaremos de los antiguos sistemas sólo como lo que podemos saber que son: encubrimiento, enmascaramiento. No se trata de negarlos o de destruirlos, sino de habitarlos como lo único que tenemos para nombrar el vacío. El engaño efectivo e ingenuo sólo ocurre cuando los tomamos como algo «absoluto», «real», «esencial», estable, fijo; y lo mismo ocurre cuando, dando esto último por supuesto —que son «verdaderos», «objetivos»—, los negamos y nos les oponemos. No sólo el afirmarlos, sino negar esa afirmación —y por lo tanto depender de ella— nos sume en el engaño, un engaño respecto a algo no existente. Si sabemos que no son «verdaderos» ni «objetivos», sino modos en que lo vacío existe, podemos coexistir con ellos y aceptarlos a otro nivel. La falta de fundamentos habita dentro del mismo edificio de la Razón y de la Representación; si no tienen fundamentos, no por eso las abandonamos: las asumimos deliberadamente, a ellas y a su falta de bases. Ambas condiciones a la vez.

Intelectualmente, si el mundo es ese absurdo, seguir en él por la razón que sea implica asumir ese absurdo. Entonces sólo tiene congruencia indagar y precisar esa irracionalidad: «la razón de mi sinrazón». O sea, perseguir lo imposible. Intentar precisar las leyes del caos, describir con absoluta exactitud las realidades más delirantes, todo lo que escapa a la precisión. Sólo así, con la mayor disciplina filosófica y hasta matemática, podremos «tomar una foto» al absurdo. No por ser caóticas, las leyes del caos dejan de ser leyes. La realidad es lo más irreal que existe, pero es lo único que existe.

[2001]
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